enfrentarse a él con toda la ilusión, pero con el temor en su interior. ¿Serían sus súbditos implacables con él? ¿Habría conseguido granjearse su voto con sus palabras, gestos y ofrecimientos?
Ese día Juan se acercó a contemplar el proceso que podría llevarle de nuevo al trono de su feudo. Tenía el rostro desencajado, se le notaba nervioso, se mantenía silencioso y alejado de todos sus siervos. Siervos a quienes interiormente odiaba por tener que ponerse por un día él, el dueño del feudo, al servicio de sus lacayos. No, no llegaba a comprender como podían haberle pedido sus monarcas tal humillación y someterse a los designios de unos desheredados, que durante tanto tiempo estuvieron a su servicio. Pero debía acatarlo a pesar de su incompresión.
Sus incondicionales también se movían nerviosos, iban de un lugar a otro y controlaban el sufragio que decidiría si su señor Juan, volvería o no a "trepar" a su sillón y disponer del bastón de mando de su hacienda. Los minutos pasaban, el escritinio, a medida que se iba recontando, beneficiaba a Juan Trepador. Su cara y las de sus adeptos iban alegrándose; por el contrario, los rostros de los que no querían que de nuevo su señor coartara sus vidas, reflejaban incredulidad, preocupación y cierta dosis de miedo.
La suerte parecía decantarse a favor de Juan. El fiel reflejo de ello, eran las caras apenadas de aquellos dos que habían osado enfrentarse a su señor y las de los que les apoyaron. Trataban de animarse, pero ya todos veían a Juan ganador y lo que más les dolía es que libremente su pueblo, que tanto había criticado su labor, había decidido que Juan les gobernara de nuevo.
Pero he aquí, que el destino quiso ser justo tanto con Juan como con sus oponentes y decidió que aquella viejecita que recibió el beso de Judas y prometió a Juan su apoyo, aquel día despertó con los achaques propios de su edad y decidió que no iría a apoyar a su señor con su voto. ¡Seguro que tiene todos los de mis compañeros y no le hará falta el mio! Además, ¡no me gustó como me besó! pensó para ella y en ese justo momento, la fortuna se alió con sus oponentes.
Juan perdió parte de su poder y quedó en manos de los que deseaban desheredarle. Bajó los brazos, desapareció junto con sus devotos y el júbilo y la algarabía se adueñaron de su pueblo. El pueblo celebraba a pesar de todo la pírrica victoria de Juan y aunque pareciera incomprensible, habían vencido provisionalmente sus súbditos.
Juan pasó una larga noche sin dormir, pensaba en aquella viejecita que ponía en las manos de su pueblo el destino de éste. ¿Eran conscientes verdaderamente sus súbditos de la importancia de esta derrota/victoria? El tiempo como siempre, ese que nos pone y nos quita de los lugares, tendría que juzgar una vez más y poner a Juan en el lugar que le correspondía en la historia de aquel pueblo que por un día había dejado su apatía.