en que venció por pequeño margen a sus oponentes. Nadie comprendía porqué su señor no volvía a su sillón presidencial a disfrutar de su triunfo. También llamó la atención a su pueblo, que hubiera desaparecido el juglar que tanto ayudó a Juan en su maniobra contra sus enemigos en la lucha por el poder máximo en su feudo.
¿Estarían tomándose un merecido descanso? ¿Habrían ido a visitar a sus virreyes a proponerles la nueva forma de gobierno? ¿Maquinarían juntos nuevas estratagemas para la campaña que se avecinaba?
Todo eran preguntas sin respuestas. Entretanto su pueblo gozaba de cierta libertad y disfrutaba recordando aún aquella mirada angustiosa de Juan el día en que su pueblo lo juzgó. Se acercaban tiempos de cambios, o así al menos lo intuía su pueblo. Los partidarios de Juan eran pesimistas al pensar en los tiempos venideros, justo al contrario que los no partidarios de él, que esperaban ese cambio prometido por aquellos dos lacayos, que se habían atrevido, rodeados de sus seguidores, cambiar el curso en la vida política del feudo de nuestro Juan Trepador. La duda acechó a unos y a otros durante la semana siguiente en que por primera vez Juan se sintió atrapado.