22 de junio de 2007

Juan volvió a dirigirse a su pueblo....

junto a su juglar oficial y mostró el mismo despotismo y los mismos miedos de antaño. Nada parecía haber cambiado en el modo de gobernar su territorio, seguía dando muestras de esa prepotencia con la que siempre se había dirigido a sus siervos. Por otro lado, volvía a hablar de los nuevos representantes del pueblo que se sentaban ahora a su lado, pero con la misma desconfianza que desde un primer momento sintió hacia ellos, considerándolos más enemigos que colaboradores en la labor de dirigir los destinos de su hacienda.

Definitivamente nada parecía haber cambiado en la mentalidad de Juan Trepador. Seguía fiel a su personal altanería y nada ni nadie le haría cambiar su opinión respecto a aquellos que, según él, habían tratado de sobornar al pueblo con el único fin de arrebatarle su bastón de mando que con tanto orgullo lucía.

Sus súbditos escucharon con atención y esperanza el discurso de su majestad y notaban con angustia y tristeza, que sus palabras seguían llenas de dudas, desconfianzas y temores; en definitiva, no eran palabras capaces de calar en lo más profundo de sus corazones. Querían creer en su monarca, pero todo les sonaba tan repetitivo y engañoso como antaño. Ya solo parecía quedarles una esperanza, que los que ahora compartían los destinos de su posesión, hicieran ver a Juan que seguía equivocado, que nadie estaba en su contra y que lo único que deseaban todos era, que las libertades para enjuiciar a su gobernante existieran y que éste dedicara todos sus esfuerzos con el único propósito de que el progreso reinara por todos lados.

Juan Trepador volvía a equivocarse, volvía a dar la espalda a su pueblo, volvía a su obsesionante visión de percibir en todos y cada uno de sus lacayos un potencial enemigo al que había que eliminar.