se aceleraban. Juan Trepador recibía mensajeros procedentes de sus soberanos inmediatamente superiores, alertándole de la proximidad de su reelección o la elección de un nuevo candidato para su señorío. Lo más preocupante para Juan era que esa elección partiría justamente del voto de confianza que sus lacayos le dieran o le denegaran democráticamente.
¿Cómo podían ahora decidir unos ignorantes siervos su continuidad al frente de su feudo? Juan no salía de su asombro al tener que poner en manos de serviciales lacayos su futuro reinado de nuevo al frente de ese señorío que, con tanta disciplina y temor por parte de súbditos, había regentado.
Las órdenes de sus superiores jerárquicos eran claras y no tenía más remedio que acatarlas muy a su pesar. Así que dio órdenes rápidamente para que aquellos que no aceptaban su mandato para el nuevo ciclo y que debieran haber apoyado su candidatura, fuera expulsados y les fuera denegada cualquier posibilidad de ser ahora sus enemigos en la lucha por la corona del señorío.