ahora perdonaba a su señor y se sentaba a su diestra. Su señor le perdonaba su rebeldía y le hacía partícipe de los más íntimos secretos acerca de su posesión.
Con ello, Juan Trepador, astutamente lo condenaba a ser cómplice de sus desmanes y a mantenerse disciplinadamente a su lado. Había conseguido con su erudición y tal vez con su soborno, que su servidor más intransigente cayera de nuevo bajo su bastón de mando y la sumisión de éste, para con él, en el futuro próximo e importante para sus intereses, estaba asegurada.