sin que sus administradores máximos se dieran cuenta, aún a pesar de que sus súbditos se lo hicieran ver a través de sus quejas.
Juan Trepador y sus adjuntos pensaban que al pueblo se le engañaba mediante fiestas que eran costeadas a base de los impuestos, cada vez más altos, que Juan se encargaba de aumentar, sin apenas darse cuenta sus sufridos lacayos.
La oposición a su dictatorial forma de administrar su posesión era tan irrelevante, que prácticamente "brillaba por su ausencia".