bajo la sombra de ella y casi sin darse cuenta el pueblo, se inmiscuía en los asuntos de palacio y tomaba partido en las decisiones internas, decisiones que solo debieran corresponder a su señor (nuestro Juan Trepador) y a su séquito.
Su recato ante los súbditos, no daba la verdadera imagen del poder que realmente atesoraba este, aparentemente servicial, siervo de amplia sonrisa. Desde su poco transitado establecimiento de "carruajes", tomaba nota de todos y cada uno de los siervos, que perteneciendo al feudo de su señor y de su hacendada esposa, podrían poner en peligro el gobierno de aquel vasto territorio que ambos habían heredado.