y comenzó a levantar su villa en la búsqueda de él, sobretodo cuando tuvo la certeza de que por fin no había aparecido en la capital de la corte.
Sus súbditos estaban asombrados ante tanta zanja cavada junto a sus moradas. Ya no sabían si realmente se trataba de la búsqueda de un hipotético tesoro o realmente deseaba su señor hacerles la vida más benigna; con el único fin, eso sí, de seguir un cuatrienio más con el bastón de mando.
Había incertidumbre, la duda acechaba en los corrillos de la noble villa y Juan Trepador se sentía cada vez más apesadumbrado, dudaba de sus lacayos y sentía que su simpatía no era la que antes notaba entre sus súbditos.
¿Estaría llegando la hora de su relevo?
¿Qué había hecho mal?
¿Por qué tenía tantos enemigos? o ¿realmente no se trataba de enemigos?
¡Cuanta duda recorrería su cabeza hasta el desenlace final de la historia!